El Cigala regala a Alcobendas la noche más mágica en la historia de su teatro auditorio

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El Cigala regala a Alcobendas la noche más mágica en la historia de su teatro auditorio

Quizá los entendidos, los puristas, los aficionados al arte jondo de verdad, nunca irán a ver actuar a Diego el Cigala. Dicen que lo suyo ya no es flamento y, la verdad, tienen razón. Muy alejado está lo que este cantaor hace hoy con lo que hicieron los grandes como Camarón, Morente u, hoy, Miguel Poveda. Es cierto. Pero también lo es que el madrileño ha sabido hacer algo que ningún otro artista del mundo ha conseguido, al menos con tanta maestría, hasta ahora. Su éxito (un año más The New York Times considera su último trabajo como uno de los mejores discos a nivel mundial) es haber sabido llevar músicas tan universales como el bolero, el jazz, o el tango a su terreno, logrando una fusión y un mestizaje absolutamente majestuosos. Nadie nunca lo había hecho tan bien. Y ahí es precisamente donde radica su genialidad.

El Cigala está, además, en un momento dulce. Se le nota suelto y cómodo sobre las tablas. Ha llegado donde quería llegar y está justo donde quiere estar. Un tipo en estado de gracia rodeado de músicos de una talla sublime donde destacan al toque Diego el Morao, uno de los más dignos herederos de Paco de Lucía, y el pianista Jaime Calabuig ‘Jumitus’, otro digno pupilo de Bebo Valdés. Y así, de esta manera, Diego Ramón Jiménez Salazar se presentó en Alcobendas para regalar a la ciudad, así de rotundo, la noche más grande en la historia de su teatro auditorio.

El público de Alcobendas disfrutó durante hora y media de una selección de tangos, boleros y coplas interpretados con la base musical jazzística de una banda única en el mundo a la que se acopló con maestría la voz de un genio. Uno de esos tipos con una visión de Arte, con mayúsculas, que se dan en España cada mucho tiempo. Sobre el escenario desplegaron, con un dominio único del tempo y del compás, clásicos como Dos gardenias, La bien pagá, o Inolvidable. Un repertorio basado en su mayoría en su última producción, grabada en el mítico Gran Rex de Buenos Aires y que logró recientemente el Grammy al mejor disco de tangos, y en el inolvidable Lagrimas Negras.

El Cigala demostró este sábado algo muy simple. El Arte es fácil de apreciar. Seguramente, muy pocos de los mil asistentes que llenaron el teatro conocían quiénes eran los músicos que acompañaban al cantaor. Ni sabían mucho de flamenco ni de tango. Pero todos entendieron fácilmente lo que estaban viendo. Una interpretación que no volverán a ver en su vida. Verán otra cosa. Pero nada igual. Un regalo a los sentidos a través de un sonido maravilloso, grandioso, colosal. Pongan el calificativo que quieran. Fue la noche más mágica en la historia del Teatro Auditorio Ciudad de Alcobendas.

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