En el Madrid de los Austrias, durante el reinado de Felipe IV, tuvo lugar en un convento de la capital, que todavía sigue en pie, un extraño suceso relacionado con la posesión infernal que provocó que el Santo Oficio tomara cartas en el asunto y algunas personas fueran procesadas.
El edificio sacro, conocido también como el monasterio de la Encarnación Benita, estaba dirigido entonces por la priora Teresa Valle de la Cerda y por Jerónimo de Villanueva, un noble y asesor de la corte que mantenía estrechos lazos con el mismísimo Conde Duque de Olivares. El confesor de las monjas era el sacerdote fray Francisco García Calderón, el único hombre con el que las hermanas tenían trato en un convento de clausura. En un ambiente de tal recogimiento, en el que muchas de las novicias –algunas obligadas a tomar los hábitos por sus familias– no podían dar rienda suelta a sus pasiones mundanas, surgió una especie de histeria colectiva y en poco tiempo comenzó a hablarse de que el diablo había hecho acto de presencia y poseído a algunas de las monjas, quienes, según las actas procesales, hablaban con voces guturales, realizaban gestos grotescos, contorsiones que parecían imposibles y gritaban blasfemias ante el altar.
Aquel grotesco asunto acabó traspasando los gruesos muros del convento, llegó a palacio, a los mentideros de la Villa y Corte, y finalmente a oídos del Inquisidor General, que ordenó que se abriese un proceso que puso entre las cuerdas a importantes personajes y salpicó incluso a la propia Corona.
Esta semana desvelamos los secretos de uno de los expedientes X de la historia de España, con el redactor de la Revista Enigmas, Óscar Herradón.
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