Epiménides, poeta cretense, afirma que todos los cretenses son unos mentirosos.
Si Epiménides dijese la verdad, por ser también él cretense, él también es un mentiroso y estaría mintiendo.
Si Epiménides miente, entonces los cretenses no son unos mentirosos, sino que dicen la verdad, y , por ser él también cretense, diría la verdad.
En consecuencia, Epiménides dice la verdad si y sólo si miente, o miente si y sólo si dice la verdad.
Así de simple-en apariencia- se enuncia la famosa paradoja de Eubúlides de Mileto, tenaz opositor de Aristóteles y discípulo de de Parménides, junto con el cual afirmaba que todo cambio o movimiento es imposible.
Lo profundo de la paradoja (etimológicamente, más allá de la creencia), no está en la mentira como amenaza, sino en la confusión atroz de la lógica humana.
Si cada vez que miramos al mar, hipnotizados por su fascinante belleza, pensásemos en lo inmutable de sus aguas, negaríamos, pues, el movimiento de las mismas, que convierte su fascinante atractivo en una vana ilusión.
Si fuese así, leer un libro sería como leer “el libro” pues todos los libros serían uno inmutable, completo y cuyo final es el mismo final de todos y cuyo principio es el mismo principio universal, eterno, infinito.
Es decir, “El diablo en la botella” de Stevenson, es el mismo diablo que el cojuelo, que levantaba los tejados para fisgar y, naturalmente el mismo que Belfegor o Mefistófeles y de facto todos son uno y todos están creados por un misterioso escritor sin tiempo que se digna a descubrir a algunos sólo fracciones, piezas de un relato ignoto en su todo, inmutable.
Todos los escritores escriben lo que otros hicieron y harán, todos son Heráclito, todos Poe, todos Valera o Rosalía.
Terrible situación para los considerados “originales”. Murió la innovación. Todo es lo mismo, nada cambia: el plan está trazado.
Nosotros sólo atisbamos destellos de una obra completa, gigantesca, colosal, inmanente. A veces un monstruo cruel deja sospechar a ciertos individuos, la inmutabilidad. Éstos, luego construyen ciudades imposibles que no responden aparentemente a ninguna regla formal, descubren planetas que por ser transparentes nunca los vimos, aún cuando recorren nuestra eclíptica, aman de forma extraordinaria y muy probablemente jamás mueran.
Bertrand Russell, logró, al parecer, con la teoría de los tipos, escapar de la paradoja maldita de Eubúlides. ¿Lo logró, realmente? O quizás ya todo estaba previsto y todo estaba previamente resuelto en una posteridad que no comienza ni, naturalmente, acaba.
Éste humilde artículo, seguro que lo ha escrito alguien antes y lo escribirán muchos más después. ¡Y yo que pensaba que iba a ser la bomba! Vanitas, vanitatis.
Entonces…la fecha de caducidad del gazpacho en brick, sepultado en mi Kelvinator…¡Es una falacia!...¡Si es el mismo gazpacho que degustó Jovellanos!¡Inmutable gazpacho!
Pues, sin miedo a la intoxicación, la eventración e incluso la diarrea estival que no es episódica, sino diarrea infinita y ucrónica, me lo voy a tomar, fresquito, y me voy a quedar tan ancho.
¿Ustedes gustan?
Antonio Terán y Pando, escritor, articulista y propietario de la librería-galería de arte "El Gato Lector" (El Molar, Madrid)
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