Guillermo tiene 27 años y es batería de un grupo de rock, concretamente, de funk- metal. Padece una enfermedad genética tan rara que ni siquiera tiene nombre, y de la cual sólo hay un par de casos en todo el mundo. Le ha afectado al desarrollo muscular y óseo, pero no a su pasión por las baquetas. Asegura que “todo el mundo tiene sus limitaciones”, y dice haberse hecho a la idea de que “a cada uno le tocan unas cartas, y juegas con las que puedes”, pero no quiere hacer de su enfermedad el centro de su vida.
Como cualquier chaval, Guillermo ha estudiado, se ha sacado el carné de conducir y tiene muchas aficiones. Pero desde hace 10 años tocar la batería se ha convertido en el centro de su tiempo ocio.
Craken es su tercer grupo de música y ya cumplen cinco años juntos. Fernando, el bajista, le conoció a través de un profesor común de su curso de fotografía y dice que “donde va, triunfa”.
Israel toca una de las guitarras de Craken y asegura que la primera prueba bastó para que Guille se quedara en el grupo. Admira su técnica y su estilo nada convencional para el rock, y reconoce que al principio se enfadaba cuando el público centraba demasiado sus miradas en la batería.
Tras más de una treintena de conciertos, Guillermo afirma que Craken tiene en el punto de mira seleccionar una decena de temas y grabar su primer disco. Tal y como está la industria musical, se ven obligados a editarlo ellos mismos.
Este grandísimo batería dice “no creer” en los milagros respecto a su enfermedad y quiere “ser realista”, pero hay un investigador asturiano que trabaja para avanzar en su campo. En la vida, como en la música, nunca hay que perder la esperanza de triunfar.
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