Dos caras de un mismo país, una ciudad agresiva y caótica, y un paraíso con las montañas más antigua del planeta. Dos protagonistas en momentos vitales opuestos. Y dos viajes temerarios, una aventura infantil que cruza un país entero, y un viaje sin retorno, pero libre y decidido. El destino vincula irremediablemente a una abuela y su nieto. Aunque no se conocen forman parte de un círculo que no pueden romper. Las segundas oportunidades aparecen, pero la libertad individual se impone. Todo se conjura para decirnos: sólo hay un destino, el que tú eliges.
La distancia más larga nos habla de frente, y sin rodeos, de la vida y de la muerte. No es casualidad que la historia se enmarque entre dos muertes de naturaleza tan diferente: por un lado, una violenta y repentina; y por otro, una muerte elegida. Y lo hace precisamente, para hablarnos de la vida, del viaje que emprendemos los que seguimos aquí, los que aún podemos elegir nuestro destino.
La distancia más larga es una historia de comienzos y finales, un cúmulo de encuentros y desencuentros que nos llevan desde la convulsa Caracas hasta la cima del Roraima, una de las formaciones geológicas más antiguas del planeta. La película nos lleva de viaje por las carreteras de Venezuela hasta adentrarnos en paisajes milenarios, mientras nos va narrando el viaje interior y de crecimiento de unos personajes que creen que huyen, pero que en realidad se están buscando. Solo acortando todas las distancias podrán respirar y reconducir sus vidas, y este es el verdadero viaje que nos interesa narrar.
En definitiva, La distancia más larga nos habla de la libertad que tenemos de elegir nuestro destino, de la fuerza de los lazos familiares, y de las segundas oportunidades. Es un canto a la libertad que nos recuerda que nunca es tarde para tomar las riendas de la vida.
Hablaremos de la película, candidata al Goya como Mejor película iberoamericana, con la actriz Malena González, que además de formar parte del reparto, es una de las productoras del largometraje.
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