Los expertos intuían que en este enclave podía existir un cementerio pero hasta ahora no tenían pruebas ni material que corroboraran fehacientemente esa suposición. Los trabajos de recuperación del material arqueológico, hallado junto a cuantiosos restos óseos, implicaron la planificación y desarrollo de una campaña de excavación que se centró en el área de la jardinería adosada al alzado sur de la basílica, junto a una de las puertas de acceso al templo. El equipo de arqueólogos que se hizo cargo de la campaña intervino en un espacio de aproximadamente 20 metros cuadrados, llegando sólo al nivel geológico, en unas pequeñas zonas, para evitar en la medida de lo posible el arrasamiento de estructuras y otros niveles arqueológicos. A la espera de las conclusiones definitivas, los expertos creen que se trata del área cementerial que se originó a partir del levantamiento de la iglesia románica de Santa María, hacia mediados del siglo XIII, así como de la ampliación posterior de la iglesia, entre los siglos XV y XVI.
Los arqueólogos también encontraron pruebas de la pervivencia de ciertas costumbres y actitudes ante la muerte ajenas al ritual católico, como la presencia de una o dos monedas en la mano, algunas incluso con restos del tejido de la bolsa donde se guardaban.
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