Atormentado y eterno rompecorazones, James Dean quería seguir los pasos de su ídolo Marlon Brando. Como éste, asistió a clases del Actor’s Studio y con tan sólo tres películas se convirtió en un astro del cine que brilló brevemente en vida pero cuyo recuerdo ha sido inmortalizado como icono del siglo XX.
Amante de los coches de carreras, su vida se vio truncada prematuramente en un terrible accidente mientras conducía su Porsche Spyder 550 que él mismo había bautizado como Little Bastard –Pequeño Bastardo–. Desde aquel día, cuentan que sobre el automóvil pesaba una maldición y el mismo Alec Guinness en sus memorias señala que le advirtió de que no lo condujera si no quería morir en la carretera… ¿premonición?
El caso es que tras la muerte de Dean, que conmocionó a los amantes del cine y el glamour y que todavía es recordada hoy como una de las grandes tragedias de Hollywood, junto a la muerte de Marilyn Monroe, muchas de las personas que tuvieron relación con lo que quedó del coche tras el impacto sufrieron accidentes y extrañas muertes. Quizá sólo fuera una coincidencia, pero la prensa amarilla empezó a hablar de una auténtica maldición.
Asimismo, también surgió la leyenda negra del actor, una suerte de “rebelde con causa” que según los escritores más sensacionalistas, como el cronista por antonomasia de las cloacas hollywoodienses Kenneth Anger, se daba a todo tipo de excesos: drogas, alcohol… y era incluso conocido por sus allegados como “el cenicero humano”. Sin embargo, son muchas las voces que discrepan de esta visión de un James Dean al que se atribuye la frase “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”: la de un intelectual preocupado por los negocios, apasionado del séptimo arte y de las carreras de automóviles como Steve McQueen o Paul Newman. ¿Cuál es la realidad?
Además, se le relacionó con un misterioso personaje televisivo de los 50, Vampira, quien, dicen, aficionada al ocultismo fue la que lanzó la terrible maldición sobre el malogrado actor. En aquellos días se habló de suicidio, de tendencias homosexuales –rumor que potenció su amistad con Rock Hudson–, de adicción a las drogas e incluso de su pasión por el rock –al que siempre se relaciona con los influjos del maligno–, cuando había confesado públicamente su gran afición por el jazz. Cosas de la tergiversación. Esta semana, en nuestra sección de misterio, hablamos de la maldición de James Dean, un tema del que hablamos con Óscar Herradón, redactor jefe de la revista Enigmas.
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