A lo largo del siglo XVII fue más común de lo habitual ver al “maligno” haciendo acto de presencia en alguna que otra casa del Señor. Un diablo sarcástico, travieso y pendenciero, curiosamente docto en política, que causó estragos en los conventos de clausura, entre novicias dadas a los arrobos, éxtasis de todo tipo y pasiones prohibidas por su condición eclesiástica. Uno de los casos más conocidos en España fue el que tuvo lugar en el convento madrileño de San Plácido, que afectó a las mismísimas instancias de poder del reinado de Felipe IV, y del que hablamos extensamente en esta misma sección.
Casi por las mismas fechas, en 1634, el país vecino, Francia, vivió en sus carnes un suceso de características similares, aunque de consecuencias mucho más nefastas, que tuvo lugar en la localidad de Loudun, en la región de Poitiers, en una época en la que el cardenal Richelieu se erigió como el hombre más poderoso del país, siendo primer ministro del maleable rey Luis XIII. La Francia en el que se desarrollaron aquellos inefables hechos vivía inmersa todavía en las guerras de religión que enfrentaban a católicos y protestantes, y precisamente Loudun era un hervidero de disidentes puesto en el punto de mira de la Corona y del implacable valido.
En medio de este clima de tensión llegó al lugar un sacerdote de nombre Urbain Grandier, de 32 años, apuesto y altivo, que pronto se hizo convirtió en el centro de todas las miradas, principalmente de las femeninas. Sus sermones atraían cada vez a más feligreses, lo que no gustaba nada a otras órdenes religiosas como los carmelitas y los capuchinos, que también se convirtieron en sus adversarios.
A pesar de su condición religiosa, Grandier mostraba una marcada lascivia y parece que mantuvo varias relaciones sexuales con mujeres del pueblo. Su envolvente personalidad pronto fue objeto de la envidia de algunos lugareños e incluso llegó a dejar embarazada a una joven, abandonándola a su suerte y negando los hechos, algo que se volvería en su contra en su posterior juicio.
El hecho de menospreciar en una ocasión a al obispo de Luçon, que no era otro que Richelieu, que poco más tarde se convertiría en cardenal y primer ministro, le puso en el punto de mira de la Corona y la Iglesia. Entonces, en un convento de ursulinas de reciente fundación, cuya priora, Juan de los Ángeles, estaba ávida de fama “celestial”, comenzaron a sucederse extraños episodios que pronto se catalogaron de posesión demoníaca, realizándose numerosos exorcismos incluso en público, donde los supuestos “demonios” acusaban de todos los pecados y situaciones sobrenaturales intramuros al desdichado Grandier, que despertaba los deseos carnales de las hermanas.
Acusado de realizar un pacto con el diablo –documento que todavía hoy se conserva, y que probablemente no fuera sino una burda falsificación de sus acusadores, aunque muy efectiva– acabó siendo condenado a morir en la hoguera. Este viernes, en nuestra sección de misterio, hablamos con el redactor jefe de la revista Enigmas, Óscar Herradón, sobre este insólito hecho que escandalizó a toda Francia.
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