Si alguien se para a preguntar hoy en día a la mayor parte de nuestros jóvenes qué le parecen los últimos acontecimientos que estamos viviendo, (movimientos de descontento popular, resultados electorales, políticas económicas…) probablemente encontremos gran disparidad de opiniones.
Esto no sería de extrañar si fuera el resultado exclusivo de una diversidad de criterios existentes, o de una gran la variedad de experiencias sentidas.
Más bien al contrario, sería muy preocupante, si la verdadera o al menos la razón mayoritaria fuera otra muy distinta; si esta fuera debido a una grave dificultad para encontrar un criterio sólido o bien formado.
La base o la clave de esta solidez en el criterio se encuentra fundamentada en una reflexión madura y contrastada sobre la realidad que vivimos. Para ello se hace imprescindible un ejercicio de interiorización, de silencio razonado que permita formar una opinión propia.
En un ambiente y una sociedad creada entorno a la primacía de la rapidez, donde se enaltece la falta de esfuerzo, donde lo inmediato es signo de imprescindible… En un entorno donde a los alumnos les resulta insoportable guardar un minuto de silencio reflexivo, donde la codiciada máxima velocidad en la red inundada de datos es de obligado servicio… Donde la lectura comprensiva y el análisis exhaustivo son objeto de burla y sinónimo de pérdida de tiempo…
Como profesor asisto a diario con tristeza a la pérdida lenta pero segura de la herramienta del razonamiento y del pensamiento sopesado y con criterio. ¡Cuánto cuesta hoy en día a nuestros alumnos afrontar aquellas materias donde se exige un análisis razonado y estructurado de la información de cara a plantear una solución al problema! Sin un adecuado ejercicio en la formación de un criterio, será fácil obtener respuestas de lo más variadas, variopintas y contradictorias ante una misma pregunta. Lo más dramático tal vez no sea esta diversidad poco fundada, sino la facilidad para mover y manejar estas voluntades tan poco asentadas por parte de algunos autoproclamados pensadores “oficiales”.
Es urgente que fomentemos una sociedad, unos alumnos, unos hijos, que favorezca la formación de criterios propios ante las diversas situaciones vitales que acontecen. Criterios basados en una adecuada reflexión donde el conocimiento de la verdad sea la guía a seguir. Solo así evitaremos repetir los errores pasados y podemos construir una sociedad con personas que en honor a la verdad la hagan crecer sin los tropiezos de retrocesos evitables.
El buen término de este desafío se encuentra en las manos fundamentales de la familia en una forzosa sintonía con los maestros y educadores. Es por ello necesario que estas instituciones gocen del debido respeto y de un consensuado apoyo independiente de los signos políticos que imperen.
Julio Ramiro Bargueño, ETS Ingeniería de Telecomunicación Universidad Rey Juan Carlos
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