Lo bueno de este cambio de horario es que cuando anochezca el domingo lo hará una hora más tarde, lo que supone una hora más de luz. Retrasándose así el encendido de nuestras calles y casas. Con la entrada del “horario de verano” comienza la primavera energética, donde estaremos ganando cada día tres minutos de luz solar más.
Esa hora “fantasma” se nos devolverá con la entrada del otoño, el último domingo de octubre. Mientras, tenemos tiempo para adaptarnos, ya que no son pocos los que critican esta medida por lo que altera nuestro organismo. Todo sea por alcanzar un ahorro de hasta un cinco por ciento en el consumo de electricidad, aunque hay quien opina lo contrario.
Entre los efecto colaterales podemos encontrar llegar tarde a reuniones, facturar mal el equipaje o utilizar mal determinada maquinaria programada, aunque los ordenadores o móviles cambian automáticamente la hora para quitarnos esta preocupación.
Una media que fue propuesta por primera vez por Benjamín Franklin, aunque se aplicó por vez primera en 1916, para ahorrar carbón durante la Primera Guerra Mundial.
Comentarios