En la Francia del siglo XV vivió una terrible y siniestra figura que, tras alcanzar las más altas cotas de poder, se adentró en una vorágine de sangre, locura y muerte cuyas principales víctimas fueron niños de corta edad. Gilles de Rais, nada menos que mariscal del país galo y lugarteniente de Juana de Arco, forma parte por derecho propio de los anales de la sinrazón humana.
Junto a la condesa húngara Elizabeth Bathory, De Rais fue uno de los mayores asesinos seriales –cuando aún no se había acuñado este concepto– de la historia. Atormentado por sus propios demonios interiores, y quizá por un amor no correspondido hacia Juana de Arco, a la que amaba y quien, injustamente, sería llevada a la hoguera acusada de traición y herejía, uno de los hombres más importantes de la Francia de Carlos VII desató una verdadera orgía sangrienta en sus propiedades, con la complicidad de algunos de sus sirvientes. Éstos engañaban a los muchachos de las localidades cercanas con falsas promesas de trabajo y abundancia y los muchachos poco tiempo después acababan convirtiéndose en cadáveres que habían sido previamente sometidos a todo tipo de vejaciones y barbaries.
Contradictorio y psicótico, a la vez que mostraba una auténtica devoción y temor al Dios por el que había luchado su idealizada amada, Gilles de Rais realizaba misas sacrílegas, rituales de corte satánico durante los cuales degollaba y descuartizaba a sus inocentes víctimas. Cuando las poblaciones vecinas dieron la voz de alarma y las autoridades por fin pusieron cartas en el asunto, las víctimas ascendían a varios centenares, convirtiendo a la figura de Gilles en el Mariscal del Infierno. Sus atrocidades, todavía hoy, siguen despertando el interés de los investigadores, quienes se preguntan cómo una sola persona pudo llegar a cometer un número tan abultado de asesinatos y cuál fue realmente su móvil, que continúa siendo un misterio de la crónica negra de la humanidad.
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