El Hotel Mediterráneo es un lugar en ninguna parte. Se asienta en el fondo de un barranco boscoso, lejos de todo. Tiene pocas habitaciones y un restaurante, también pequeño, donde Francesc, el pianista, toca el repertorio completo de Joan Manuel Serrat.
El hotel Mediterráneo nunca funcionó como tal porque las mujeres que se alojan en él no pagan un céntimo. Es un refugio para mujeres maltratadas regentado por un puñado de personas que optaron por dar esquinazo a su pasado en ese barranco que protege y esconde. Este peculiar hotel es en realidad un puerto al que ha llegado un grupo de personas muy especiales, unos huyendo de un pasado poco edificante, otros en busca de un futuro más placido y otros, como Francesc, el pianista —narrador y protagonista de Hotel Mediterráneo—, sencillamente por casualidad.
Los dueños del hotel cobijan a mujeres que huyen de la violencia, se juegan el pellejo por hacer lo correcto, pero ellos tienen también un pasado con manchas, no pueden llamar a la policía cuando un marido violento da con ellos y este hombre agresivo quiere que le devuelvan lo que él considera que es suyo: una mujer. Se libra entonces una batalla real y psicológica en la que la protección al débil se debate contra la violencia.
Joan Manuel Serrat entona la banda sonora de esta novela maravillosa, compacta, certera, que es un puñetazo de verdades cosidas por una potente intriga. Los lectores presencian un duelo entre un puñado de personas frágiles y con aristas, y la terquedad de quienes piensan que otros les pertenecen.
Esta novela es un canto a la libertad. Recrea ese lugar al que acudir cuando uno quiere bajarse del mundo. Es también un homenaje a las buenas personas, a los valientes, a los defensores de los débiles. Y es literatura de la buena.
Alejandro Pedregosa maneja son sobriedad una sensibilidad exquisita y potente. Además, las notas y las letras de las canciones recorren y aderezan la historia de cada personaje, y el humor pone la guinda a una historia redonda.
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