Una vez al año, de un rincón al otro del planeta, las calles son tomadas por una explosión de colores y tonos. Las máscaras brindan el anonimato y convierten a todos, pobres y ricos, en iguales. Unos más terroríficos que otros, eso sí. La abstinencia, la pureza y cualquier otra virtud moral –o religiosa– dan paso al desenfreno, la desinhibición e incluso la lujuria. La crítica social y política se hace patente y la autoridad deja de serlo por un breve –aunque liberador– espacio de tiempo.
Una catarsis colectiva heredada del paganismo que se confunde con las prácticas cristianas de la Cuaresma y que servirá para afrontar nuestros deberes con “ética” el resto del año. Sin desvaríos. Sin molestar a los que mueven los hilos, que los aflojan durante unos días sólo para volver a apretarlos con más fuerza después, no sea que nos descarrilemos.
Podemos rastrear los orígenes del carnaval en rituales paganos de la Antigüedad, como las bacanales y lupercales romanas, y los ritos celtas precristianos, cultos que se fundirían con la liturgia cristiana dando forma a los carnavales actuales, que también beben de las llamadas “fiestas de locos” medievales, y que varían de un lugar a otro, fundiéndose con las tradiciones locales o nacionales. Festividades relacionadas con los ciclos cósmicos y con las cosechas, al punto de que servían para dar la bienvenida a la primavera, a la luz, y se derrotaba simbólicamente a la oscuridad, encarnada por el invierno. También eran una suerte de fiesta colectiva que servían para invertir los “poderes”: el pueblo se convertía en el gobernante y los poderosos, por unos días, dejaban de serlo.
Una fiesta con características propias en cada uno de los países, muchos y muy variados, en los que se celebra. Este mes en las páginas de la revista ENIGMAS podrás encontrar carnavales tan singulares como el de Colonia, en Alemania, el Busójárás en Hungría o la Máslenitsa, el carnaval ruso, lleno de colorido peculiaridades que evocan antiguos ritos paganos eslavos. También viajamos hasta Uruguay, ya que en Montevideo se celebra el carnaval más largo del mundo, o a México, hasta Tenosique, donde se celebra el que tiene el particular privilegio de considerarse “el más raro”. De allí, a la “Chula Tarija” en Bolivia, o al Mardi Gras de Nueva Orleans . El terrorífico carnaval de Macedonia y un largo etcétera.
Sin olvidarnos de España, claro, donde, al margen de carnavales tan célebres como el de Cádiz o Tenerife, hay uno prácticamente por cada pueblo de España, recordando unos pocos que destacan por su singularidad.
Hoy, dando el pistoletazo de salida a estas fiestas, recordamos, en nuestra sección de misterio con Óscar Herradón, los carnavales más singulares, y extraños, de nuestro planeta. ¿Nos acompañas?
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