Han pasado muchos años desde que la activista negra Rosa Parks desafiara a la América blanca al no levantarse de su asiento en un autobús en Alabama. Hoy, los Estados Unidos tienen un presidente afroamericano, pero los fantasmas del pasado siempre vuelven, y la segregación racial sigue latente en amplias zonas del “país de las oportunidades”. Los disturbios que hace apenas unos meses sacudían Ferguson, Misuri, y otras poblaciones americanas, en los que varios jóvenes de color eran abatidos por los disparos de la policía, ha vuelto a abrir la vieja herida del racismo, y ha provocado que vuelva a salir de su escondite el temido Ku Klux Klan, en un regreso velado que, aunque no es ni mucho menos tan provocador y peligroso como en tiempos pretéritos, continúa poniendo los pelos de punta.
Encapuchados vestidos con túnicas blancas, armados hasta los dientes, que queman grandes cruces de madera a la luz de la luna, una de las sociedades pseudosecretas más mortíferas y temibles de la historia, el llamado KKK, aún tiene adeptos en amplias zonas del sur de los EEUU, donde la nostalgia por la bandera confederada y el esclavismo es latente, principalmente entre unas poblaciones de pocos recursos, rurales y con un alto nivel de analfabetismo, lo que no impidió que hace menos de un siglo relevantes políticos locales y miembros de las autoridades de muchos Estados pertenecieran a esta organización, que se jactaba de la llamada “supremacía blanca”.
El primer Ku Klux Klan fue fundado tras finalizar la Guerra de Secesión norteamericana, con la victoria de los unionistas –quienes abolieron la esclavitud–, el 24 de diciembre de 1865, por seis veteranos confederados descontentos con la situación que vivía su pueblo, Pulaski, en Tennessee, y que tenían en común un feroz racismo, homofobia, antisemitismo y anticomunismo, ideas que esbozarían décadas después los nazis en Europa. Protestaban por la exclusión de los votantes blancos en los censos electorales tras la derrota en el conflicto.
El principal miembro fundador del Klan fue un místico racista sureño, antiguo general del Ejército Confederado –con grandes victorias militares a sus espaldas–, Nathan Bedford Forrest, que actuaría como Gran Brujo –el máximo cargo dentro del grupo–, con quien se iniciaría una oleada de terror que tenía como objetivo principal a la población negra y a los políticos republicanos –curiosamente, entonces el Partido Demócrata tenía un pensamiento conservador y apoyaba la esclavitud, por lo que algunos de los miembros del KKK pertenecían al mismo–. Aunque el grupo comenzó siendo prácticamente una organización humorística “democrática” con rituales donde se satirizaba y humillaba a sus enemigos, una suerte de club social para la evasión y el divertimento, cuyos miembros hacían excursiones nocturnas disfrazados con sábanas y máscaras, fingiendo ser fantasmas que asustaban –y a su vez divertían– a la población de Pulaski, pronto la sociedad secreta tornó en grupo criminal y cometió robos y asesinatos, entre ellos el de políticos tan importantes como el congresista James M. Hinds. La soga –con la que ahorcaron a muchos hombres de color– era otro de sus símbolos.
Esta semana, en nuestra sección de misterio, seguimos los sanguinarios pasos de una de las organizaciones más temibles de la historia humana, con el redactor jefe de la revista Enigmas, Óscar Herradón.
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